El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Impresiones sobre el Quijote: Borges y Rutherford
Por Ricardo P Nunes
Aquí estoy de nuevo tratando de no posponer un comentario sobreDon Quixote De la Mancha. La solución que encontré, al fin y al cabo, fue remitir al lector a dos textos sobre él, uno de Jorge Luis Borges y otro de John Rutherford. Pero intentaré mitigar este subterfugio con una especie de epílogo refractario.
A veces, incluso para cometer una falta, necesitamos ser honestos. Pero eso por sí solo no me salvó de tener que escribir al azar. Desde el principio encontré algún aliento en el hecho de que, según los bibliógrafos, el mismo Cervantes habría iniciado laQuijote así, un poco al azar, por cierto. Resulta que las coincidencias meramente circunstanciales, obviamente, no implican similitud en sus desarrollos; admitir mi ineptitud no es una cuestión de honestidad o modestia, quizás todo lo contrario: la osadía de postular que lo fundamental en la literatura nunca ha sido una “moraleja del cuento”, una didáctica o una ilustración. Otro motivo, más prosaico, era saber que acabaría lloviendo sobre mojado. Es como si el tráiler episódico y poco convincente no fuera suficiente, tuvimos que producir un cortometraje que resumiera un largometraje para convencer a la audiencia. También trivial, pero profunda, es la mera apología. Además, en el año de gloria de 1605, la literatura aún estaba muy lejos de convertirse en una “institución cultural” como lo es ahora. (Por cierto, lo reconozco, yo mismo aprovecho esta falta de perspectiva histórica para hablar genéricamente de épocas y clásicos).
Otro artificio simultáneo y dilatorio, descubro, es el acto de escribir sobre el acto de escribir, que también debe tener que ver con mi aprensión para influir en el candidato para el lector, porque sigue siendo una forma derevelación. Esta percepción, sin embargo, me retrotrae al pasaje donde Cervantes se detiene a escribir sobre lo que escribió, en la voz del caballero desgarbado que le lee a su Sancho sus desdichadas aventuras y esperanzas, pero lo suficientemente incrédulo como para no pensar en pasar las páginas para leer. su futuro apócrifo. Esta improbable conjetura mía me complace lo suficiente como para limitarme al epílogo que propuse, a su conveniente generalidad.
Lo primero que me vino a la mente cuando decidí hablar del Quijote fue la conmovedora impresión que me causó el prólogo de la primera traducción que llegó a mi regazo juvenil. yo: la sutil reflexión de que Don Quijote, debatiéndose entre la locura y la lucidez, sería una emulación del sacrificio por los sueños de todos nosotros. Nunca volví a encontrarme con esa edición, pero cuando la busqué me encontré con otros comentarios célebres sobre elDon Quijote,muy superior a cualquiera que jamás escribiría. Entonces, lo que puedo ofrecer aquí es solo el punto de apoyo de esta pequeña búsqueda, para recopilar dos textos de lectores dignos de Cervantes: Rutherford y Borges.
Antes, pues, de dejaros solo con estos dos memorables autores, debo tratar de reparar el lapsus que cometí al referirme a los comentarios de los grandes clásicos. En caso deQuijote, al menos, son ante todo un generoso y sabio consuelo para el desamparo de quien acaba de leerlo. Finalmente, debo admitir que cuando finalmente me propuse seguir adelante con esta dedicatoria, el primer recuerdo de laDon Quijoteen realidad no fue la reflexión contenida en el prefacio de la edición perdida, sino la que me tragué un grito ahogado cuando la cerré definitivamente, en un rincón del estrecho cuarto de la casa recién fabricada, con olor a cemento, que un amigo me había pedido que mantuviera durante su ausencia de cuatro días leíDon Quijote de la Macha. ¡DE ACUERDO!