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Acerca de
GRAN PEZ
y sus maravillosas historias
Estados Unidos, 2003
Título original: Big Fish
Estados Unidos, 2003
Estudio: Columbia Pictures
Dirigida por: Tim Burton
Guión: John August
Reparto: Ewan McGregor, Albert Finney, Billy Crudup, Jessica Lange, Marion Cotillard, Danny DeVito
Banda sonora: Danny Elfman
Producción: Bruce Cohen, Dan Jinks, Richard D. Zanuck
Duración: 125 minutos
Ímpetu y ternura
Por Ricardo P Nunes
Cierto sabio dijo una vez que el arte existe porque la vida no basta. La vieja tradición de la narración, especialmente cuando está revestida por la sofisticación de la literatura y el cine, también puede traer este motivo en su esencia.Big Fish y sus maravillosas historias(Big Fish, USA, 2003), da fe de esta percepción. Basado enBig Fish: una novela de proporciones míticas, libro de Daniel Wallace, la película del director Tim Burton cumple con esmero la tarea de transponer su narrativa fantástica en imágenes equivalentes o análogas.
El personaje Edward Bloom (encarnado con ímpetu en su lecho de muerte por Albert Finney), narrador empedernido, relata las fabulosas aventuras que jura vivir en su juventud (interpretado con inmensa ternura de Ewan McGregor), cuya circunstancia decisiva radica en una de esas primeras aventuras, la noche de la infancia en la que supo el día y la causa de su muerte. La certeza en la que confía para ir en busca del amor sin temer al fracaso ni a la muerte -ya que confía de antemano en que su fecha fatal está lejana-, y el radiante rodaje de estas insólitas aventuras bastarían para producir su encanto, pero este lema quizás configura sólo sus aspectos más visibles. Una cierta tensión impregna la trama con una sutil dosis de dramatismo, que evita que se reduzca a las reminiscencias mitológicas del moribundo y la hace trascender el género pueril y el tono de fantasía gótica propia de la cultura de las telenovelas del sur del UU. (por cierto, la película se rodó en Alabama).
El hijo del ahora encamado Edward Bloom, el joven urbano y aburrido en vísperas de su boda (Billy Crudup), que consolida su entrada en la vida adulta, es decir: la “edad de la razón”, incrédula o ya está demasiado saturado de, según él, historias fantasiosas o exageradas sobre su padre, como si no fueran más que un intento de escapar de la realidad. El anciano, irreductible, se indigna porque su retoño no sea capaz de ver el mundo con los mismos lentes que él. Este es el punto de contacto, más bien, fricción y fricción, entre los dos mundos contiguos. Y este efecto secundario es el que nos devolverá a nuestra propia perspectiva, la del espectador, en la que la percepción de que hemos sido engañados por los bellos dispositivos cinematográficos que escenifican los recuerdos oníricos de Bloom puede resultar decepcionante._d04a07d8-9cd1-3239-9149 - 20813d6c673b_
Pero este principio de frustración, si logra imponerse al encanto que transmite toda la película, es suplantado por el tema que, en el fondo, es quizás su lema primordial: el de la reconciliación. Esta fue quizás la mayor inspiración que movió a Tim Burton a dirigirla, ya que en los dos años previos al inicio de la producción había perdido a sus padres. Así, al esbozar una forma argumentativa de refutar las narrativas hiperbólicas de su padre, el joven hijo aburrido de Bloom comienza a comprenderlo.
Dado que las imágenes secuenciales son el lenguaje mismo del cine, una limitación tradicional restringe su exposición, que se justifica por la credulidad que las imágenes deben transmitir: la premisa de que todo mostrada constituye una realidad dentro de la historia. Si alguien dice una mentira, por ejemplo, es contraproducente simularla con imágenes retroactivas (un recurso, también limitado, contra esta restricción son los sueños y disparates de los personajes). EnGran pezesta premisa es irrelevante, o más bien, es su síntesis misma, como si dijera: “el que quiera desacreditar, que desacredite”. Pero su deleite está en creer, como en la simulación del arte, como en una de las frases de Blaise Pascal a favor de la fe: “si creemos y no es verdad, nada hemos perdido”. Contar y escuchar, o, más precisamente en este caso, contemplar las historias épicas, trágicas o líricas, tan bien conjugadas enGran pez y tus maravillosas historias, nos ofrece la oportunidad de darnos cuenta de que, aunque sólo sea mientras dure el éxtasis exuberante de la ficción, la vida realmente no es suficiente, y por eso es necesario adornarla con cosas maravillosas.
El privilegio liberador de conocer la hora fatal
O filho do agora acamado Edward Bloom, o jovem urbano e entediado às vésperas do casamento (Billy Crudup), o que consolida sua entrada na vida adulta, vale dizer: a da “idade da razão”, descrê ou já está saturado demais das, segundo ele, fantasiosas ou exageradas histórias do pai, como se estas não passassem de uma tentativa de escapatória da realidade. O velho, irredutível, indigna-se de que seu rebento não seja capaz de enxergar o mundo através das mesmas lentes que ele.
Eis o ponto de contato, melhor dizendo, de fricção e atrito, entre os dois mundos contíguos. E esse efeito colateral é o que nos suscita nossa própria condição, a de expectador, a qual pode nos desapontar com a sensação de que fomos tapeados pelos belos ardis cinematográficos que encenam as oníricas memórias de Bloom.
Conciliación de mundos contiguos
Mas esse princípio de frustração, se é que consegue se impor ao encanto que no todo o filme imprime, é suplantado pelo tema que no fundo talvez seja seu mote primordial: o da reconciliação. Essa talvez tenha sido a inspiração maior que moveu Tim Burton ao dirigi-lo, uma vez que nos dois anos que antecederam o início da produção ele havia perdido seus genitores.
Assim, ao esboçar uma maneira argumentativa de contestar as hiperbólicas narrativas do pai, o jovem e aborrecido filho de Bloom começa a compreendê-lo. Como as imagens sequenciais são a própria linguagem do cinema, uma tradicional limitação restringe sua exposição, o que se justifica pela credulidade que as imagens devem transmitir: a premissa de que tudo que é exibido constitui uma realidade dentro da história. Se alguém conta uma mentira, por exemplo, é contraproducente simulá-la com imagens retroativas (um recurso, também limitado, contra essa restrição são os sonhos e os desatinos dos personagens).
Em Peixe Grande essa premissa é irrelevante, ou melhor, é sua síntese mesma, como quem diz: “quem quiser desacreditar, que desacredite”. Mas o seu deleite está em acreditar, como na simulação da arte, como numa das sentenças de Blaise Pascal em favor da fé: “se crermos e não for verdade, não perdemos nada”. Contar e ouvir, ou, mais precisamente neste caso, assistir às histórias epopeicas, trágicas ou líricas, tão bem aglutinados em Peixe Grande e suas histórias maravilhosas, nos oferece a chance de nos darmos conta de que, ainda que apenas enquanto dure o enlevo exuberante da ficção, a vida realmente não basta, e que por isso é preciso que a adornemos de coisas maravilhosas.
La búsqueda de la felicidad como premisa de la realidad
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